lunes, 2 de febrero de 2009

El acorde de la vida

Podré olvidarme alguna vez de ti, pero en la próxima escucha, quedaré de nuevo, prendado de tu sensualidad:
Los campos de algodón, en color rojo y negro, te dieron la vida y la bienvenida con cantos agudos y ritmos mutilados.
Tu día a, día, era un ir y, venir, una mañana en tensión constante, sudor chorreaba los poros de tu cuerpo, el cual,
recibía latigazos que enderezaban la joroba.
La zona estaba cercada y cada paso vigilado.
Llegaste para socorrer a lisiados y esclavos, arma utilizada para sobrevivir a la aborigen, de mente cuadrada y con la apropiación de ceguera para asesinar.
Un día por fin alcanzaste tu deseada libertad, llegaste hasta donde te propusiste. Ese día, todo el mundo te acogió con la mayor atención y respeto, pero ya,
sólo eras un recuerdo,
algo tomado y enseñado para no olvidar tu historia.
Cierto día todos nos dimos cuenta de que tu historia no había terminado, que aún seguía vivo y con cuerpo tu espíritu,
empuñaste nuevas armas y saliste a propagar la solidaridad entre todos tus seguidores.

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