lunes, 2 de febrero de 2009

Nómada

Dime, por tercera vez, ninguna posibilidad,
repítelo diariamente,
como funcionario aturdido por la rutina,
hasta que deje de verme en este espejo ajado y quebrado,
busco,
la sirena de un cuento marino.

Romántica y siniestra en isla de Lesbos,
dulce y enigmática como poeta maldita.

Palabras familiares, esperanzadoras, tranquilizadoras,
¡estoy drogado!,
me habla la ninfa más bella de este valle encantado, y este lugar...tan acogedor...
¿Desisto? ¿Qué hago? ¿Hay algún horizonte no plano, recto, gris y serio? ¿Qué hago?

Amistades, amigos de toda la vida, nueva vida, amigos nuevos, vidas por venir. ¿Algún día te encontraré? ¿Qué busco? Creía que eras tú.
Mi vida y un oasis permanente.
¿Dónde hallar la ventura?

Guardaré las fotos, como testigos, como un reflejo del impacto de una luz lejana. Tu mirada hacía el objetivo, siempre el alma, capturada, recordando a la diosa que me eligió como profeta de su paz.

En noches de velas y porros, al tiempo que marca una música pausada,
recordaré.
El humo dulzón del incienso pasa delante de mi vista, despacio y flotando dejando ver una estela esperanzadora,
en sueños a cumplir,
en utopías de tacto humano,
en noches de locura,
en la tranquilidad por un sendero acompañado,
gozando del rastro de tus palabras.

Pero,
en el camino bifurcado que nos separaba todas las noches,
dónde alcanzábamos esa meta, de cansancio,
en esas noches interminables que pasamos, llenas de incógnitas sobre nuestras vidas, nuestros planes, nuestros objetivos,
experiencias con ternura y alegría,
risas y sospechas sobre nosotros.
Al lado de unas vías de tren, en las cuales, ambos veíamos un horizonte sin adivinar un final, todo oscuro y lejano, sólo estrellas guiaban nuestras miradas hacia un norte o un sur,
yo,
asustado de ese camino desierto y tenebroso,
¿tú?

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